domingo, 8 de octubre de 2017

DEBERÍAN LLAMARSE MUERTE



¿Los mosquitos podrían acabar con la humanidad?

 Este es el fragmento de un blog que publicó Alonso Martínez, analista de cine. Lo comparto con ustedes porque el tema me parece muy interesante y delicado. 





¿Alguna vez has batallado para conciliar el sueño por el zumbido o los piquetes de los mosquitos?




«¡Puto mosquito!» Ya pasaron dos horas desde que intentaste dormir. Has girado al menos 30 veces en tu cama sacudiendo cobijas, moviendo las manos e incluso pegándole a tu oído porque ese puto mosquito no te deja en paz. 

Como si fuera un jodido piloto de alguna guerra importante, viaja de izquierda a derecha, busca  cumplir su misión de picarte en cualquier momento y lo único que piensas es por qué chingados te quiere a ti y por qué carajos sólo pasa por encima del oído. 

«¿Cómo es que sabe que pasar por la oreja es lo peor que me puede hacer? 

Tiene todo mi cuerpo para picar. ¡Que me chupe las piernas, los muslos, los brazos, pero que ya deje de estar chingando el oído con su bzzzz infinito!» 

Lo odias por cómo desaparece cuando enciendes la luz. «Es una puta rata voladora», e incluso comienzas a dudar de tu sentido del oído y justo cuando crees que en una de tus vueltas lograste atraparlo y destruirlo, escuchas cómo el sonido agudo que indica que está a punto de acercarse a ti comienza a taladrar en tu cerebro, provocándote un llanto de desesperación que, esperas, te ayude a olvidarte de esa alimaña y por fin puedas dormir.

Son una horda de salvajes picadores en busca de tu sangre




Parece que nos odian. Ningún otro animal tiene tanto desprecio por nosotros. Sin siquiera verlos o atacarlos, se deciden a lanzarse hacia nuestro cuerpo dejándolo lleno de marcas, ronchas y bacterias.

Su asqueroso tubo succiona nuestra sangre, como si deseasen que muriéramos. Nos quieren exterminar y la única forma en que pueden intentarlo es rodeándonos, robándose nuestros fluidos vitales, privándonos del sueño hasta que perdamos la cabeza o esperar a que dejemos de respirar para alimentarse de nuestro cuerpo y dejárselo a los gusanos. No se deberían llamar mosquitos. Deberían llamarse muerte.




Su nombre era muerte, fue el título que le dio el reconocido autor mexicano Rafael Bernala a su obra que revolucionó el género de la ciencia ficción dentro de la literatura nacional, la cual presentaba a los mosquitos como crueles seres que desean erradicar a la humanidad de la faz de la tierra. Publicada en 1947, una época inusual para una novela de sci-fi latino, la obra muestra a un protagonista serio, misántropo, hundido en su adicción con el alcohol, quien al despreciar a la humanidad se ha quedado sólo a unos cuantos pasos de tocar fondo. No obstante, al tratar de escapar de su locura, se convierte en víctima de un grupo enorme de mosquitos, quienes parecen conocerlo a fondo y desean destruir su cuerpo y alma.

Rafael Bernala autor mexicano de "Su nombre era muerte"













La visión del autor presenta a los mosquitos como entes demoniacos que desean erradicar a la humanidad, éstos la odian casi de la misma forma que el protagonista, tal como lo expresa durante sus largos monólogos en los que analiza el comportamiento de la sociedad y sus decepciones ante el futuro que le espera. 

Todo comienza cuando el narrador busca la calma, pero al verse amenazado por los insectos se convierte en un asesino perfecto de ellos. Eventualmente comienza a obsesionarse al mismo nivel que con las personas y decide aprender su lenguaje, así que pasa un largo tiempo escuchando sus sonidos, los ritmos y las diferentes secuencias de ruidos que expulsan hasta que descubre que desean asesinar a todos los humanos. Es entonces cuando fabrica un dispositivo con el que puede comunicarse con ellos y comienza a compartirles sus ideas, posiblemente explotando sus sueños genocidas.



«Me dediqué en cuerpo y alma a catalogar los sonidos que escuchaba en las noches, anotando la ocasión en que habían sido emitidos y lo que yo suponía pudiera significar. 
Para anotar los zumbidos desarrollé un sistema donde incluía las intermitencias, lo agudo o lo grave del sonido, lo prolongado de los intervalos y la nota musical en la que se emitían. 
Pronto vi, en lo que se refiere a las notas, que los moscos usan semitonos de la escala, así que en cada tono hay doce sonidos más o menos agudos. […] Claro está que el tono de los sonidos no es exactamente igual al de los hombres pero tiene una gran semejanza y se puede uno guiar por ello. […] Observé que había un cierto sonido en Mi en voz de bajo repetido dos veces, con una breve intermitencia. […] Pude darme cuenta de que al producirlo un mosco acudían otros, de lo que deduje se trataba de un llamado».


A pesar de que el constante odio parece ser el centro de la novela, cuando un grupo de personajes entra en la vida del narrador, todo cambia. 

Aunque continúa comunicándose con los mosquitos, finalmente tiene un espacio para alejarse de la inmundicia y una última oportunidad para sacar su cabeza de la ventana y poder respirar. A través de una mujer y un grupo de individuos comienza a cuestionar su misantropía y mira con otra perspectiva su vida, dándose cuenta de que creó un muro de misterio alrededor de un pasado que ya no logra identificar claramente. 

Es en esa transición donde el relato se separa de cualquier otra obra de sci-fi y se establece como una mezcla única entre una historia de descubrimiento y de "limpieza" en medio del caos inminente.


Aunque algunos podrían afirmar que la influencia del autor no viene precisamente de esa obra, sirvió como un parteaguas para demostrar que también se crean historias de ciencia ficción en México. 

A pesar de que no existen tantas obras reconocidas del género, algunas como Sin Resaca de Ricardo Guzmán Wolffer siguen su misma línea de novela negra, con un personaje misántropo y alcohólico dentro de su propia aventura futurista. 

Sin embargo, Bernala no trata de situarnos en otro tiempo, sino mostrarnos la crudeza de una época y cómo podemos desarrollar un odio intenso por el insecto más pequeño e insignificante. 

Al elegir a ese bicho como antagonista no sólo utilizó algo que fácilmente podemos despreciar, sino algo tan banal que demuestra que el humano puede desarrollar desdén por las cosas más simples.



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